Arquitecto, crítico e historiador. Durante su carrera ha desarrollado importantes investigaciones relativas a temas urbanos y ha sido catedrático en diversas universidades de Hispanoamérica. Es autor de varios libros, entre los que se cuentan Arquitectura popular en Colombia: herencias y tradiciones, Arquitectura para todos los días y Monumentos nacionales de Colombia: la huella, la memoria, la historia, del cual se extrajo el presente artículo. En la actualidad, se desempeña como director de la Maestría en Historia y Teoría del Arte y la Arquitectura, en la Universidad Nacional de Colombia.
¿Necesita monumentos la sociedad contemporánea? La noción de lo transitorio y de lo fragmentario que se ha impuesto en el mundo rechaza, por principio, todo aquello que signifique permanencia o eternidad. El monumento es precisamente la consagración de la permanencia y de lo eterno. Es una manera de dejar una huella del presente en un futuro cuyo perfil es indefinido, etéreo. La intención de permanencia y de eternización de la memoria se hace presente en la voluntad de dejar un conjunto de "monumentos" como legado a las generaciones futuras. En este sentido, el monumento conserva hoy su papel original, ancestral, primario. Va en contravía de la moda y de lo banal, aun cuando su origen lo sea. En medio de la incesante transformación de contenidos de la cultura de masas, existe un residuo de perpetuidad que no se ha agotado y que desea dejar constancia de su presencia.
Aparte de esta intención primordial existen otras, más directas y eventualmente utilitarias. Unas de ellas derivan de las demandas del poder, que en todo momento busca consagrarse a través de los edificios y de las obras significativas. Otras derivan del interés por preservar aportes significativos del trabajo de ingenieros y arquitectos en la construcción del espacio social. Unas pocas se orientan a la construcción y fortalecimiento de la memoria social. Otras se apoyan en la necesidad de contar con atracciones turísticas para obtener divisas. La valoración del patrimonio cultural del pasado y de los monumentos históricos contradice en cierta forma la expectativa del progreso moderno tal y como ha sido visto en la concepción de una economía arrasadora y de un gusto voluble. La idea —o mejor aún, la expectativa— de una transformación radical del mundo habitado, tal y como se planteó en algunos manifiestos de comienzos del siglo, ha sido sustituida por otra en la que se reconoce la importancia de la convivencia de pasado y presente en el mundo contemporáneo. La dinámica económica ha encontrado incluso en el patrimonio una vena de explotación como recurso turístico. No todo lo que se hace ahora en torno al patrimonio es totalmente altruista: hay muchos intereses en juego.
Otro factor significativo en la determinación contemporánea de la importancia de los bienes patrimoniales es la conversión del pasado en un campo importante de acción. Los avances de la ciencia y la tecnología han refinado los instrumentos de exploración del pasado, el cual es objeto de trabajo por parte de un sinnúmero de disciplinas: la geología, la ecología, la arqueología, la historia, la antropología, la sociología, la musicología, la arquitectura, la restauración. Las búsquedas apuntan en todas las direcciones. Cada campo que se abre despierta nuevas inquietudes, invita a nuevas exploraciones. El pasado se interpone en el camino hacia el futuro como una presencia majestuosa, enigmática, insinuante y seductora. Y todo esto se transmite por doquier, a la manera de una religión cuyo dios es ese pasado multiforme. ¿Hasta dónde todo el movimiento contemporáneo en torno al pasado es válido? El futuro lo dirá.