Escritor, historiador, pintor y profesor universitario. Entre los libros que ha publicado se cuentan El Bogotazo: memorias del olvido; Ciudad Bolívar, la hoguera de las ilusiones; La paz, la violencia: testigos de excepción; Noche de pájaros; Mirando al final del alba; Sangre ajena y El cadáver insepulto.
El jueves 8 de abril de 1948, Bogotá, como sede de la IX Conferencia Panamericana, vivía una formidable efervescencia: la ciudad estaba vestida de gala en homenaje al trascendental evento. La Hostería del Venado de Oro, restaurante-cabaret construido por la Junta Organizadora de la Conferencia, anunciaba que en la noche, a las 9, abriría al público con una bellísima revista folclórica y una elegante comida bailable, amenizada por la orquesta de Don Américo y sus Caribes. El Rosedal, el cabaret más lujoso y elegante de la ciudad, también anunciaba el debut de una estrella. En la propaganda se preguntaba: “¿La voz más bella de Cuba?” E invitaba al público: “Dígale siempre a su chofer: ‘Al Rosedal’”. En la emisora Nueva Granada se presentaba Leo Marini, “la Voz del Alma”, y en el Teatro Colón, Carlos Julio Ramírez ofrecía el que sería su penúltimo concierto.
Esa misma noche, en el Teatro Faenza se proyectaba Roma, ciudad abierta, obra maestra de Rosellini. El día viernes debía repetirse su proyección en las funciones de vespertina y noche. Pero fue imposible, pues se atravesaron, como una luz atormentada, los acontecimientos del 9 de Abril.
Entre lo que sucede en la película Roma, ciudad abierta y lo que aconteció en la noche del 9 de Abril, existe una coincidencia profunda y dramática: en el film se cuenta la historia cotidiana de la resistencia del pueblo italiano contra la invasión de las tropas alemanas; en la noche del 9 de Abril la frustración histórica del pueblo colombiano ya había abierto una profunda cicatriz en su conciencia.
A las seis y dos minutos de la tarde del viernes, el cadáver de Gaitán se encontraba extendido sobre la mesa de operaciones, rodeado por los doctores Pedro Eliseo Cruz, Yezid Trebert Orozco, Luis Forero Nougués y Alfonso Bonilla Naar, vestidos de blusas blancas, sus manos forradas con guantes de cirugía y sus miradas tensas pero tranquilas. Se desnuda el cadáver y se descubre el cuerpo de un hombre de una musculatura fuerte, con un corazón intacto, sin las señales aviesas de algún infarto. Se aplica con destreza el bisturí sobre el abdomen, que produce sobre la carne una profunda incisión; se cortan las costillas que forman el arco del tórax; la cuchilla va separando las vísceras, que se depositan sobre un charol de electroplata grande; estas son examinadas minuciosamente, para buscar las huellas que delaten el paso de un proyectil y encontrar las causas de la muerte.
En Roma, ciudad abierta, el personaje central es un sacerdote, don Pietro, párroco de una pobre barriada de Roma, que predica su fe en Dios y también la esperanza de un mundo mejor para los hombres en la tierra. Es párroco, es hombre y es patriota. Don Pietro y Manfredi, jefe de la Resistencia en Roma, caen en manos de la Gestapo, por delación de la amiga de Manfredi. El jefe de la terrible policía trata de persuadir a don Pietro para que convenza a Manfredi de delatar a sus contactos con la dirección de la Resistencia. El sacerdote se niega y comienza la larga sesión de torturas. Con odio infinito, cuatro policías golpean a Manfredi, le destrozan el rostro, lo dejan inconsciente. El jefe de la Gestapo increpa al sacerdote por su actitud anticristiana de no convencer a Manfredi para que hable. El párroco responde simplemente: "Ese hombre no hablará". Desnudan a Manfredi y los guardias queman su cuerpo con las llamas de un soplete.