(San Andrés, Santander, 1932) es licenciado en Ciencias de la Comunicación y obtuvo un doctorado en Ciencias Económicas y Jurídicas en la Universidad Javeriana. Senador y representante a la Cámara durante varios periodos, se ha desempeñado asimismo como embajador de Colombia en varios países y como Gobernador encargado de Santander, entre otros destacados cargos. Ha escrito más de sesenta libros, muchos de los cuales lo han hecho merecedor de diversos galardones literarios. Es miembro de número de la Academia Colombiana de la Lengua y de la Academia Colombiana de Historia, de la cual también es vicepresidente. Vinculado durante muchos años a la educación, ha sido catedrático, jefe de departamento, decano y rector en varias universidades del país.
En 1833, Bogotá estrenó su primera fabrica de loza, situada en la “Carrera de Pichincha”, en la calle 4 N.° 54, la cual alcanzó un notable desarrollo. También funcionaron en la ciudad fábricas de paños, de fideos y de chocolate.
A finales de 1899, don José María Sáiz adquirió, en la calle 22 arriba de la carrera séptima o “Avenida de la República”, situada antes de los chircales del Colegio del Rosario, un amplio lote en el cual montó una fabrica de loza para producir vajillas, objetos ornamentales, aparatos sanitarios, etcétera.
Para distinguirla de la factoría del sur de la ciudad, le dio el nombre de “Faenza”, en homenaje al pueblo italiano que se levanta cerca de Rávena, importante centro de mayólica y en donde funciona un museo internacional de cerámica. Esta población también es muy famosa por sus fuentes termales medicinales.
La familia Sáiz le dedicó dinero, energía y constancia a su fábrica de loza, y el resultado correspondió al esfuerzo.
En sus diarias conversaciones, don José María Sáiz Osorio, propietario de la fábrica de loza Faenza, y su gran amigo y vecino, el médico José María Montoya, consideraron la posibilidad de formar una sociedad para dotar a Bogotá de una sala de teatro de estilo americano, apropiada para proyecciones de cine y para la presentación de espectáculos frívolos. Con gran espíritu público y progresista, los dos amigos acordaron construir el coliseo en el lote donde funcionaba la fábrica Faenza, aprovechando la estructura de la edificación. Entusiasmados con el proyecto, contrataron a los arquitectos Arturo Tapias y Jorge Muñoz para que elaboraran el diseño, y al ingeniero Ernesto González Concha para ejecutar la obra.
Los trabajos comenzaron el domingo 6 de agosto de 1922 en la calle 22, media cuadra arriba de la Avenida de la República. La empresa cinematográfica del señor Belisario Díaz tuvo directa participación en la construcción del Teatro, que fue ejecutada por la empresa Cementos Samper. En esta edificación se utilizó el hormigón armado.
Después de diecinueve meses de trabajos continuos se terminó la obra, que quedó sólida y elegante, con su fachada de típico estilo art nouveau. Los decorados del Teatro los hizo con exquisito gusto el notable pintor Maurice Ramelli.
El Faenza tenía una capacidad total de 2066 espectadores, distribuidos en 38 palcos de avance o alero, para seis personas cada uno y dotados con sillas importadas. Contaba además con 498 lunetas, 1312 cómodas butacas y 266 en galería.
Toda la prensa capitalina, representada por El Tiempo, El Nuevo Tiempo, El Espectador, El Gráfico, Mundo al Día, Cromos, Santa Fe y Bogotá, recibió con elogiosos comentarios y amplios despliegues fotográficos la apertura del Teatro Faenza. La preinaguración se efectuó el miércoles 2 de abril de 1924, programada para las 8:30 p. m. ”A esa hora un numeroso y selecto público llegó al bello edificio para presenciar la proyección de dos lindas películas (…)”.
La inauguración tuvo lugar el jueves 3 de abril de 1924 con la proyección de la película francesa El destino. Por su parte, el matutino El Tiempo publicó la siguiente nota: “La Sociedad de Embellecimiento dio voto de aplauso a sus distinguidos miembros, señores don José María Sáiz y doctor José María Montoya, por el feliz éxito alcanzado al dotar a Bogotá del importante Teatro ‘Faenza’, el que viene a dar a la ciudad no sólo [sic] un motivo de verdadero ornato sino también un hermoso lugar de diversiones (…)”.
En 1924 funcionaban en Bogotá, para proyectar películas, el Salón Olympia, de la empresa Di Doménico Hermanos, que controlaba los éxitos fílmicos de la época; el Teatro Bogotá, del sacerdote franciscano Antonio José Posada; el Teatro Caldas y el Cinerama. Para las representaciones teatrales estaban el Teatro Colón y el Teatro Municipal.
El Salón Olympia se encontraba en la calle 25, entre carreras 7.ª y 9.ª Cada vez que iba a iniciarse una función, un muchacho, con una bocina, la anunciaba por los alrededores. Había luneta, cuya entrada costaba diez centavos, y galería, que valía cinco centavos. El salón era inmenso. El telón estaba en medio de la sala, de manera que los espectadores de luneta veían la película al derecho, y los de galería, al revés (…).