Arquitecto de la Universidad Javeriana y Maestro en Bellas Artes de la Universidad Nacional de Colombia. Entre sus exposiciones individuales pueden mencionarse “Grano” (Museo de Arte Moderno de Bogotá, 1980), “Subjetivo” (Galería Garcés Velásquez, Bogotá, 1982), “Bio” (Inter Latin American Gallery, Nueva York, 1985), “Pacal y Pascual” (Museo del Chopo, Ciudad de México, 1995) y “Must we meet like this?” (Casas Reigner Gallery, Miami, 2004); así mismo, ha participado en numerosas exposiciones colectivas. Su trabajo plástico le ha valido premios como el León Dobrzinsky (1981) y la concesión de galardones en encuentros como la Bienal Latinoamericana de San Juan (1979), el XXX Salón Nacional de Artistas (Medellín, 1986) y la V Bienal Americana de Artes Gráficas (Cali, 1988).
Como un secreto espectador de los espectadores, Rojas captó en 1979, en un ciclo fotográfico tan famoso como polémico, los encuentros sexuales furtivos que sostenían algunos de los asistentes a esta sala de cine, la cual, paradójicamente, parece no haber servido jamás de escenario para la proyección de películas pornográficas. El fisgón fue el título con que Rojas bautizó una de las secuencias de este trabajo: revelador nombre para una serie de imágenes que registran de manera impersonal y casi anónima —acaso con la misma impersonalidad y el mismo anonimato del sexo mercenario— el ámbito de decadencia y sordidez que en alguna época llegó a asentarse en el Faenza. No obstante, al superar convencionalismos de todo orden, el artista logra crear con estas fotografías un objeto estético autónomo, capaz de incorporarse sin sobresaltos a la poética urbana de Bogotá.
El observar la ciudad se ha convertido en una de mis obsesiones perceptuales. He estado especialmente alerta a los cambios que ocurren en el centro de nuestra Bogotá con la arquitectura del siglo XIX y principios del XX, esa arquitectura republicana de elegancia francesa que recibe el golpe de gracia con el asesinato de Gaitán y que a partir de allí se hace paulatinamente invisible como cubierta por la vergüenza de un pasado cuyo orden se derrumba. Apegado al centro de la ciudad, miro con gran pesar esas nobles fachadas que el tiempo descascara y los espacios cada vez más pobres en que se subdividen esas casonas como porciones de cadáveres completamente indefensos ante el maltrato y el olvido.
La noticia de la adquisición del Teatro Faenza por parte de la Universidad Central me ha causado un gran júbilo, porque esto significa que hay intelectos preocupados por conservar ese patrimonio al que podríamos llamar doméstico, que es tan importante como el público, y porque esta sala de cine representa parte de mi vida y de mi obra plástica. En el año de 1979, hice una serie de documentos fotográficos dentro del Faenza; fue un trabajo de recuperación del tiempo perdido, de horas de evasión en la oscuridad cómplice de ese espacio ornamentado, entonces decadente. En aquellos días era muy difícil técnicamente hacer registros en tan precarias condiciones de luz, y muy arriesgado el usar una cámara en esos bajos fondos sociales. Esas fotografías, de larga exposición y de revelado forzado, tienen una atmósfera muy especial y superficies de grano chispeante; ellas constituyen parte de la historia de ese hermoso edificio. Ahora, gracias a las directivas de la Universidad Central, siguen teniendo una locación concreta en ese espacio, que con toda seguridad marcará el desarrollo cultural del país.