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Ansias de ciudad moderna

A diferencia de otras capitales iberoamericanas, la modernidad llegó a Bogotá sin euforias, a través de pocos y precisos gestos: la decisión de erigir un Capitolio magnífico a mediados del siglo XIX, o la confianza de Arrubla en el futuro de Bogotá —también por esos años— cuando construyó su edificio comercial frente al principal espacio de la ciudad. Luego, a principios del siglo XX, los aportes del arquitecto francés Gastón Lelarge durante el gobierno del general Rafael Reyes y algunas construcciones privadas, como el Pasaje Hernández de 1918. En efecto, la sobriedad y la mesura caracterizaron a la vida en ciudad de la Sabana, aun ante la magnífica Exposición del Centenario, que trajo las imágenes del mundo al Bosque de San Diego.

Por ese motivo, vale la pena mirar la modernidad bogotana a través de las referencias arquitectónicas, ya que en ellas, y en los cambios que lentamente introdujeron en la vida urbana, se ve el ideal de ciudad de sus habitantes: esa claridad de pensamiento que permite saber en qué ciudad se quiere vivir y qué ciudad se quiere dejar como herencia a los descendientes.

La primera mirada hay que dirigirla al espacio público urbano, para entender la particularidad de los encuentros de los habitantes entre ellos y con la ciudad. Allí encontramos la más bella Plaza de Bolívar que tuvo la ciudad: el monumental ámbito con cuatro fuentes que construyó Alberto Manrique Martín en 1926. La segunda mirada se dirige al entretenimiento urbano, al espectáculo; aquí resulta inevitable la referencia al Teatro Faenza —construido dos años antes—, con la fantástica geometría de su fachada y su espléndido interior. De este modo podemos recrear el ansia de ciudad moderna de los bogotanos en las primeras décadas del siglo XX: sus vidas y sus anhelos, su participación en el ámbito público y en los espacios privados, sus recorridos por la ciudad y sus encuentros en los lugares del espectáculo.

La recuperación del Teatro Faenza es un homenaje a esa ciudad moderna que concretaron aquellos bogotanos y que dejaron a través de sus obras, como testimonios de identidad para sus descendientes, como hitos en la memoria para que la sociedad no olvide su pasado.

Tal vez por esa emoción que supone comprender el pensamiento de quienes hicieron la ciudad, conviene no entrar en detalles sobre el lenguaje de la arquitectura, al que no quisiera aplicarle el rótulo de uno u otro estilo. El Teatro Faenza es otro ejemplo del eclecticismo con que se construyó la ciudad nueva, en la que todos los estilos, todas las procedencias, todos los ecos de lo que ocurría en el mundo eran interpretados desde la particular sobriedad bogotana para conformar, aun en el lugar del espectáculo, allí donde la sociedad va a mirar y a ser vista, ese ideal de la modernidad cantado por Baudelaire.